Dory, que así se llamaba la patita más fuerte del lago, ayudaba a los demás patitos y sobre todo a sus crías a conseguir sus alimentos. La vida en
aquel lago era un remanso de tranquilidad.
Sin embargo,
algo inesperado pasó… Desde que el lago había sido construido, el encargado de limpiarlo era
Esteban, un trabajador del pueblo, que
respetaba perfectamente
a los patos y a toda la vegetación que les rodeaba. Pero Esteban, ya no estaba y otro hombre,
Horacio, era ahora el encargado.
Horacio, más que pensar en los patos pensaba en dejar el
lago lo más bonito posible, para que todos los habitantes de Ranguren quedaran sorprendidos.
Un buen día cuando los primeros rayos de sol empezaban a salir, Horacio llegó al lago cargado con una especie de carretilla, en la que llevaba un
extraño objeto.
Dory la patita, que ya estaba despierta buscando comida para sus crias, fue sigilosamente acercándose al lugar donde se encontraba Horacio y la carretilla, sin poder reconocer aquel objeto.
Horacio, después de unas horas de trabajo ya había terminado su obra de arte. Justo
en el centro del lago colocó una fuente, con una especie de tubos distribuidos por toda ella, que Dory no conseguía adivinar para que servían.
De repente, empezó a sonar un
ruido ensordecedor y a salir gran cantidad de agua de aquella fuente.
Dory, asustada, rápidamente
reunió a todos los patitos fuera del lago.
Todos los patitos estaban
asustados y enloquecidos, al ver como aquel remanso de tranquilidad se había visto alterado, en un momento, por la
colocación de esa fuente.
Los patos no estaban tan contentos ni jugaban como antes en el agua, ahora sólo se metían al lago para beber y lavarse. Este comportamiento era inusual, y
Horacio se dio cuenta de que algo extraño les estaba pasando a los patos del lago. Por lo que un día, justo antes de irse del lago,
desconectó la fuente para probar si era ésta la que alteró el comportamiento de los patos.
Al día siguiente, cuando
Horacio volvió al lago, como todos los días, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo…
Los patos estaban jugando sin parar dentro del agua, como nunca lo habían hecho. Entonces, Horacio comprendió en ese preciso momento, que los patos, al igual que las personas, necesitan tener tranquilidad y un entorno familiar y confortable en el que vivir. La fuente podía ser muy bonita, pero
lo importante de aquel lago, eran los patos que vivían allí.
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